Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Amparo

La Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Amparo, conocida popularmente como la procesión de las Capas Pardas, representa uno de los desfiles más singulares, intimistas y genuinos de la Semana Santa de Zamora. Fundada en 1956 por iniciativa de Don Dionisio Alba Marcos, esta hermandad nació con el propósito de trasladar a la capital el espíritu de las procesiones rurales de la comarca zamorana de Aliste, creando un cortejo que se diferenciara radicalmente de todas las cofradías existentes. Con apenas 150 hermanos que procesionan ataviados con la tradicional capa parda de los pastores, portando austeros faroles de hierro forjado y acompañados únicamente por el sonido de las matracas, un bombardino y un cuarteto de viento, esta procesión ofrece una experiencia profundamente emotiva que transporta a los espectadores a las celebraciones de los pueblos zamoranos. El momento cumbre llega al final del recorrido, cuando en la Plaza de San Claudio se entona el conmovedor Miserere Alistano.

Santísimo Cristo del Amparo Crucificado en la iglesia de San Claudio de Olivares, Zamora
Santísimo Cristo del Amparo Crucificado en la iglesia de San Claudio de Olivares (Zamora). Autor: Tamorlan, Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0).

Génesis de una hermandad diferente

La historia de la Hermandad de Penitencia del Santísimo Cristo del Amparo está indisolublemente ligada a la figura de Don Dionisio Alba Marcos, empresario joyero zamorano que llegó a convertirse en uno de los grandes impulsores de la Semana Santa del siglo XX en la ciudad. Dionisio fue hermano fundador de tres hermandades imprescindibles en la Pasión zamorana: la Penitente Hermandad de Jesús Yacente, la Hermandad de Penitencia (las Capas) y la Hermandad de Jesús en su Entrada Triunfal en Jerusalén (La Borriquita).

El germen de la idea comenzó a fraguarse en 1939, cuando Dionisio, estando lejos de su amada Zamora, empezó a madurar el concepto de crear una hermandad completamente nueva. Sin embargo, aquel primer intento quedó en suspenso. Hubo una segunda tentativa en 1941, esta vez relacionada con la Cofradía del Santo Cristo de Valderrey, pero tampoco llegó a buen término. Dionisio guardó su proyecto en el corazón durante más de una década, esperando el momento adecuado.

Fue en abril de 1955 cuando Don Dionisio decidió finalmente compartir su visión con un grupo de amigos de confianza. Les convocó a una reunión para exponerles un proyecto radicalmente innovador: crear una cofradía que reflejara el espíritu y las tradiciones rurales de Zamora, algo que no existía en ninguna otra ciudad española. La inspiración le había llegado durante una visita a Bercianos de Aliste un Viernes Santo, donde presenció la procesión del Santo Entierro y quedó profundamente impresionado por la sobriedad con la que los cofrades, ataviados con capas pardas de pastor, acompañaban la imagen de Cristo.

En aquella reunión fundacional, Dionisio expuso la originalidad de su idea con todo detalle. Explicó que el hábito de los hermanos sería la capa parda que los pastores de las comarcas de Aliste, Carbajales y Sayago llevaban en sus labores de pastoreo, aunque no la capa de trabajo sino la capa ceremonial que vestían en días especiales. Para complementar el hábito, los hermanos portarían un austero farol de hierro forjado, de los utilizados en los pajares, con una sencilla vela de hacha en su interior. La procesión debía ser silenciosa, penitencial, despojada de todo ornamento innecesario.

En los primeros días de mayo de 1955, Dionisio compartió su proyecto con su buen amigo Don Manuel Martínez Molinero, quien quedó tan entusiasmado que creó una colección de doce láminas donde plasmó cómo sería la procesión. Desgraciadamente, ese álbum desapareció con el tiempo, pero su labor fue fundamental para captar adeptos a la causa.

El siguiente paso fue buscar una imagen de Cristo que encajara con el espíritu penitencial y rural que deseaban para la hermandad. Tras visitar varias iglesias de la ciudad sin encontrar la talla adecuada, decidieron acudir al arrabal de Olivares, en los extramuros de la ciudad, a la pequeña iglesia románica de San Claudio del siglo XII. Allí encontraron un crucificado de aspecto sobrio, sencillo y rural, exactamente lo que buscaban: el Cristo del Amparo.

Con la imagen elegida, acudieron a ver al párroco de la Arciprestal de San Ildefonso, de la que San Claudio era filial, para exponerle la propuesta. El Ecónomo, Rvdo. D. Manuel Alonso, les animó a seguir adelante, comprometiéndose a redactar los estatutos y a trasladar la idea al Excmo. Sr. Obispo. Una vez ratificados los estatutos por la Autoridad Eclesiástica, el 22 de febrero de 1956 nació oficialmente la Hermandad de Penitencia, popularmente conocida como «Las Capas».

La primera procesión tuvo lugar el Miércoles Santo de 1956 con apenas 40 hermanos, lo que llevó a que se conociera cariñosamente como «la procesión de Alí Babá y los cuarenta ladrones». Aquella noche, Zamora contempló asombrada un espectáculo nunca visto: hombres ataviados con capas de pastor, faroles rústicos en mano, acompañando en silencio a un Cristo austero. Muchos no comprendieron inicialmente el sentido de aquella procesión tan diferente, pero con el tiempo las Capas Pardas se convirtieron en una de las más queridas y respetadas de toda la Semana Santa zamorana.

El templo románico

La sede canónica de la hermandad es la iglesia de San Claudio de Olivares, considerada por muchos historiadores como el templo románico más antiguo de Zamora. Situada en el arrabal de Olivares, extramuros del primer recinto amurallado de la ciudad, esta iglesia constituye un excepcional ejemplo del románico zamorano del siglo XII.

La primera referencia documental de San Claudio data de 1176, aunque algunos expertos, como Antón Rapino, sitúan su construcción entre 1100 y 1109, coincidiendo con el período de repoblación tras la consolidación de la frontera en el río Tajo. La iglesia fue declarada Bien de Interés Cultural en 1931, reconocimiento que subraya su valor patrimonial.

El templo se construyó en dos fases: a mediados del siglo XII se levantó el ábside y el arranque de la nave, y en las décadas finales de ese mismo siglo se completó el resto. Se trata de una iglesia de dimensiones modestas, formada por una única nave irregular con tramo recto presbiteral y un ábside ultrasemicircular. Originalmente estuvo abovedada, pero las crecidas del cercano río Duero provocaron el colapso del muro sur, sustituyéndose la bóveda por una armadura de madera. En 1910 se realizó una importante intervención de restauración a cargo del arquitecto Joaquín de Vargas y Aguirre y el contratista Francisco Nieto Martín.

Lo más destacable de San Claudio es su rica decoración escultórica. La portada septentrional, presidida por un cordero que simboliza a Cristo Salvador, presenta cuatro arquivoltas con un interesante calendario litúrgico tallado en la piedra. Aunque muy erosionado por el paso del tiempo, este calendario constituye un ejemplar tardío pero riquísimo y netamente hispánico, con escenas tan cotidianas como la trilla en agosto o la representación de la sed en julio. Los capiteles interiores, especialmente los del arco triunfal y las arquerías ciegas, son de gran valor escultórico y se han conservado impecablemente. Entre ellos destaca el capitel que representa a Sansón desquijarando al león, una escena muy frecuente en el arte románico que simboliza el enfrentamiento de Cristo contra el demonio.

Durante todo el año, el Cristo del Amparo recibe culto en este templo, donde los fieles pueden visitarlo y venerarlo. El ambiente recogido e íntimo de San Claudio encaja perfectamente con el espíritu austero y penitencial de la hermandad.

El austero vestuario

El hábito de la Hermandad de Penitencia es, sin duda, su elemento más característico y distintivo. Hasta tal punto es así que el mismo nombre popular de la cofradía, «las Capas Pardas», hace referencia directa a la indumentaria de sus hermanos.

Los cofrades visten la capa alistana, prenda tradicional de los pastores de las comarcas de Aliste, Carbajales y Sayago. Conviene precisar que no se trata de la capa de trabajo cotidiano, sino de la capa ceremonial o de honras que estos pastores reservaban para ocasiones especiales. Esta capa es de color pardo (marrón oscuro tirando a gris), confeccionada en paño de lana, y cubre completamente el cuerpo del hermano desde los hombros hasta prácticamente los pies. Su diseño sencillo y su tejido rústico evocan el mundo rural y pastoril de las comarcas zamoranas.

El complemento indispensable del hábito es el farol de hierro forjado. Se trata de un farol rústico, del tipo utilizado antiguamente en los pajares y cuadras, que porta una sencilla vela de hacha en su interior. Este farol constituye la única iluminación que cada hermano lleva consigo, creando en la noche del Miércoles Santo una atmósfera de penumbra y misterio cuando cientos de pequeñas luces titilantes avanzan por las calles medievales de Zamora.

Bajo la capa, los hermanos pueden vestir como deseen, aunque se recomienda ropa oscura y sobria. Esta sencillez en el vestuario responde al espíritu fundacional de la hermandad: despojamiento, humildad, penitencia. No hay túnicas elaboradas, ni capirotes, ni bastones ornamentados. Solo la capa parda y el farol, como símbolo de que bajo esas prendas caminan personas de toda condición social igualadas en la devoción. Como dejó escrito en su día: «Capas alistanas cubriendo cuerpos de abogados, ingenieros, funcionarios, periodistas, no hay pastores de Aliste en la media noche del Miércoles Santo».

La talla del Santísimo Cristo del Amparo

La imagen titular de la hermandad es el Santísimo Cristo del Amparo, un crucificado de tamaño natural que data de 1787, según consta en los libros de cuentas parroquiales de San Claudio. La talla se atribuye al escultor José Cifuentes Esteban, tal como figura en el informe de la última restauración llevada a cabo en febrero de 2004 por Patricia Ganado Gamazo.

Se trata de un Cristo recién expirado, tallado en madera de pino policromada. El rostro, de expresión serena, transmite paz y entrega en el momento de la muerte. La cabeza aparece inclinada hacia el lado derecho, ceñida por una corona de espino natural que aporta un poderoso realismo a la imagen. Los pómulos están inflamados, la boca entreabierta, detalles que acentúan el dramatismo de la crucifixión.

El cuerpo muestra los estigmas de la Pasión con gran veracidad anatómica. La llaga del costado derecho presenta un exceso de sangre que se desliza bajo el paño de pureza, sujeto con una soga que deja al descubierto la cadera derecha. Las costillas y el abdomen están muy marcados, las venas en brazos y piernas bien definidas. En la espalda, las marcas de la flagelación están realizadas con tela de lino y lacre, técnica que confiere un aspecto especialmente realista y crudo al tormento padecido.

La imagen se coloca sobre una sencilla mesa procesional que representa el Gólgota. Como único adorno, a los pies de la cruz se sitúan una calavera y unos cardos secos. No hay flores frescas, ni ricos bordados, ni ornamentos dorados. Esta desnudez decorativa es absolutamente intencional y responde al espíritu austero y penitencial de la hermandad. La calavera recuerda la presencia de la muerte, mientras que los cardos, plantas ásperas y espinosas, simbolizan el sufrimiento.

El paso es portado a hombros por doce hermanos mediante unas andas a dos hombros, sin varales exteriores visibles. La iluminación del Cristo se limita a cuatro faroles rústicos situados en las esquinas de la mesa, que realzan el patetismo de la imagen en la oscuridad de la noche. Este minimalismo visual convierte al propio Cristo en el absoluto protagonista, sin que ningún elemento accesorio distraiga la atención del espectador.

El aspecto sobrio y rural de esta talla resultó perfecto para la procesión que Dionisio Alba y sus compañeros estaban diseñando. Durante el año, el Cristo del Amparo permanece expuesto en la iglesia de San Claudio, donde recibe la veneración de los fieles.

La procesión nocturna

La procesión de la Hermandad de Penitencia tiene lugar en la noche del Miércoles Santo, siendo uno de los desfiles más esperados y particulares de toda la Semana Santa zamorana. La salida está fijada a las 00:00 horas (medianoche del martes al miércoles) desde la iglesia de San Claudio de Olivares.

La procesión comienza con un ritual muy especial: el pase de lista. En el interior del templo, en la intimidad de las piedras románicas iluminadas únicamente por las velas, el presidente de la hermandad va nombrando a cada uno de los hermanos, que responden «presente» cuando escuchan su nombre. Este momento, reservado exclusivamente a los cofrades, constituye uno de los instantes más emotivos y recogidos de toda la noche. Es un acto de hermandad, de compromiso personal, de presentarse ante Cristo antes de acompañarle por las calles.

Cuando finalmente se abren las puertas del templo, el tañido seco de la campana de San Claudio resuena en la noche. Las matracas o carracas comienzan a sonar, un sonido grave y rítmico que anuncia la salida de la procesión. Las matracas sustituyen a las campanas como elemento de señalización, creando una atmósfera sonora única que se identifica inmediatamente con las Capas Pardas.

El recorrido procesional atraviesa algunas de las zonas más antiguas y pintorescas de Zamora: Plaza de San Claudio, calle Cabildo, Avenida de Vigo, Cuesta de Pizarro, Calle Pizarro, Rúa de los Francos, Plaza de San Ildefonso, Arco de San Ildefonso, Plaza de Fray Diego de Deza (donde se reza el Vía Crucis al paso de la procesión), Plaza de Arias Gonzalo, calle del Obispo Manso, Plaza Antonio del Águila, Puerta del Obispo (momento más significado y arriesgado del recorrido), Cuesta del Obispo, calle Trascastillo, calle Rodrigo Arias, y finalmente regreso a la Plaza de San Claudio.

Los cofrades desfilan dispuestos en forma de cruz latina, organización que aporta una dimensión simbólica al cortejo. Las capas pardas avanzan en silencio roto únicamente por el repiqueteo de las matracas, el sonido del bombardino y el cuarteto de viento que interpretan piezas fúnebres a lo largo del itinerario. No hay bandas de música estridentes, ni tambores ensordecedores. Solo música sobria, pausada, melancólica.

El momento plásticamente más hermoso y técnicamente más delicado de todo el recorrido es el paso bajo la Puerta del Obispo, arco medieval de reducida altura y anchura que pone a prueba la pericia de los cargadores. Cuando el Cristo atraviesa lentamente este arco iluminado únicamente por los faroles, con las capas pardas enmarcadas por la arquitectura medieval, se produce una de las estampas más sobrecogedoras de toda la Semana Santa española.

Al regresar al punto de partida, en la Plaza de San Claudio, tiene lugar el momento culminante y más emotivo de toda la noche: el canto del Miserere Alistano. Un coro de voces masculinas entona este canto tradicional inspirado en los cantos populares de la comarca de Aliste. Es un lamento penitencial que resuena con gran solemnidad en el entorno, creando un instante de máxima intensidad emocional. Durante la interpretación del Miserere, el Cristo del Amparo hace su entrada en la plaza y, sin detenerse, avanza lentamente hacia el interior del templo. Este acto, cargado de simbolismo, marca el cierre de la procesión, invitando a los fieles a una última reflexión antes de que Cristo regrese a su morada. El Miserere Alistano, con sus notas profundas y melancólicas, conecta a los hermanos con las raíces rurales de Zamora y constituye el colofón perfecto para una procesión única.

La procesión suele finalizar en torno a las 02:15 horas de la madrugada, tras más de dos horas de recorrido pausado y meditativo.

Evolución musical

A lo largo de sus casi siete décadas de historia, la música de la Hermandad de Penitencia ha experimentado una cuidadosa evolución sin perder nunca su carácter sobrio y rural.

En los primeros años, la procesión se realizaba sin ningún acompañamiento musical, únicamente en silencio. Pronto se incorporaron las matracas como instrumentos de señalización, creando un sonido característico que desde entonces identifica a las Capas Pardas. La matraca o carraca es un instrumento de percusión formado por una rueda dentada que gira sobre una lengüeta flexible de madera, produciendo un sonido seco y repetitivo. Tradicionalmente se utilizaba en Semana Santa para sustituir el tañido de las campanas desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección.

En los años 60 se sumaron fagotes que interpretaban marchas fúnebres, aportando una dimensión musical más elaborada pero siempre dentro de la austeridad. En 1968 se incorporaron tambores para marcar el ritmo de los cargadores, facilitando la coordinación en el transporte del paso.

Actualmente, el acompañamiento musical de la procesión está compuesto por un bombardino y un cuarteto de viento que interpretan piezas fúnebres especialmente seleccionadas. El bombardino, instrumento de viento metal de sonido grave y melancólico, se ha convertido en uno de los elementos sonoros más identificativos de las Capas Pardas. Las piezas que interpreta, de cadencia lenta y carácter sombrío, acentúan el espíritu penitencial del cortejo.

El Miserere Alistano que cierra la procesión merece mención aparte. Este canto, basado en el Salmo 50, es interpretado por un coro de voces masculinas siguiendo la tradición de los cantos populares de Aliste. No se trata de una pieza coral elaborada al estilo de las grandes composiciones polifónicas, sino de un canto sencillo, directo, de líneas melódicas austeras que recuerdan a los cantos de las iglesias rurales. Su emotividad reside precisamente en esa sencillez, en esa conexión con lo popular y lo ancestral.

Actos más allá de la Semana Santa

Aunque la procesión del Miércoles Santo constituye el acto central de la Hermandad de Penitencia, la vida de la cofradía se extiende a lo largo de todo el año con diversos eventos que mantienen viva la cohesión entre los hermanos y la devoción al Cristo del Amparo.

Uno de los actos más importantes es la imposición de capas a los nuevos hermanos, ceremonia que suele celebrarse en las semanas previas a la Semana Santa. Los aspirantes reciben la bendición de sus capas en el interior de la iglesia de San Claudio, tras lo cual les son colocadas sobre los hombros por los hermanos mayores de la cofradía. Es un momento de gran emoción, pues la capa parda supone para quien la recibe el compromiso de mantener y transmitir las esencias de la hermandad. Durante esta ceremonia también se impone el botón de plata a los mayordomos del año en curso, tradición que reconoce la veteranía y el servicio a la cofradía.

La hermandad celebra también reuniones de hermandad y asambleas donde se toman las decisiones que afectan a la cofradía. Como afirmó Antonio Martín Alén, presidente de la hermandad: «El que esta modesta Hermandad, fiel a su esencia, permanezca intacta desde su fundación, ha sido en parte gracias a la directa participación de todos los hermanos en cada decisión que se ha tomado, tanto en aquellas que supusieron cambios significativos, como en las que podían afectar a la puesta en escena del desfile procesional, sin olvidar la férrea observación de sus estatutos».

La cofradía mantiene también una labor de conservación patrimonial, velando por el mantenimiento de las capas, los faroles, el paso procesional y, sobre todo, por la custodia y cuidado del Cristo del Amparo. La sede, conocida cariñosamente como «la panera», requiere atención constante, desde el pago de suministros hasta labores de limpieza y mantenimiento.

Además, la hermandad destina parte de sus recursos a obra social, manteniendo así el compromiso cristiano de ayuda al necesitado que debe caracterizar a toda cofradía.

Rasgos únicos de las Capas Pardas

La Hermandad de Penitencia presenta numerosas singularidades que la convierten en una cofradía absolutamente única, no solo dentro de Zamora sino en el panorama general de la Semana Santa española.

En primer lugar, es la única cofradía zamorana que basa su identidad en la indumentaria rural. Mientras que el resto de hermandades de la ciudad visten túnicas, estas procesionales o capas de estilo urbano, las Capas Pardas rescatan la vestimenta tradicional del campo zamorano. Este hecho las convierte en una hermandad netamente local, profundamente enraizada en el territorio.

La hermandad mantiene un número limitado y controlado de hermanos. Con aproximadamente 150 cofrades, se trata de una de las hermandades más pequeñas de Zamora. Esta limitación numérica es voluntaria y responde al deseo de mantener el carácter íntimo y recogido de la procesión. No se busca el espectáculo de masas, sino la vivencia personal y comunitaria de la fe.

El apodo cariñoso de «la procesión de Alí Babá y los cuarenta ladrones» recuerda aquella primera salida de 1956 con solo 40 hermanos. Esta denominación, lejos de resultar despectiva, se ha convertido en un elemento identitario que se menciona con orgullo y que simboliza los orígenes humildes de la hermandad.

La ausencia de flores frescas en el paso es otro rasgo distintivo. Donde otras cofradías adornan sus imágenes con rosas, claveles o lirios, las Capas Pardas presentan únicamente cardos secos y una calavera. Esta austeridad visual refuerza el mensaje de despojamiento y penitencia.

La disposición en cruz latina de los cofrades durante el desfile es una organización poco frecuente que aporta un simbolismo cristológico al cortejo. No se trata de una simple fila de hermanos, sino de una formación que evoca la cruz de Cristo.

El pase de lista interior previo a la salida constituye un ritual que no se observa en ninguna otra hermandad zamorana. Este acto reservado a los hermanos, en la intimidad del templo, refuerza los lazos de hermandad y el sentido de pertenencia a un grupo.

La hermandad ha sabido mantener su esencia intacta durante casi siete décadas, algo excepcional en tiempos de constantes cambios. Como afirmaba su fundador Dionisio Alba Marcos: «A esta hermandad no le falta nada». Esta actitud de respeto hacia los orígenes ha permitido que las Capas Pardas conserven su pureza y autenticidad.

Finalmente, cabe destacar que esta procesión constituye «la representación más genuina de la Semana Santa zamorana», como reconoce el Portal Oficial de Turismo de Castilla y León. Mientras otras procesiones pueden encontrar paralelismos en otras ciudades, las Capas Pardas son absolutamente únicas e irrepetibles.

Información práctica

Alojamiento: Dada la hora tardía a la que tiene lugar esta procesión (desde medianoche hasta las 02:15 horas aproximadamente), es altamente recomendable reservar alojamiento en Zamora. Los hoteles del casco histórico permiten regresar fácilmente a pie tras la procesión, aunque conviene reservar con mucha antelación para la Semana Santa.

Cómo llegar y moverse: La iglesia de San Claudio de Olivares se encuentra en la Plaza de San Claudio, 19, en el arrabal de Olivares, al otro lado del Puente de Piedra respecto al centro histórico. Es fácilmente accesible a pie desde cualquier punto del casco antiguo. Para quienes lleguen en vehículo, existen aparcamientos públicos en las proximidades, aunque las calles cortadas por la procesión limitan el tráfico durante la noche.

Vestimenta adecuada: La madrugada del Miércoles Santo puede ser muy fría en Zamora, especialmente en las primeras horas de la madrugada. Es imprescindible llevar ropa de mucho abrigo. Calzado cómodo es también necesario si se desea seguir la procesión, ya que el recorrido es largo y transcurre por calles empedradas que pueden resultar resbaladizas.

Mejores lugares para ver la procesión: La salida desde la Plaza de San Claudio es un momento muy emotivo. El paso bajo la Puerta del Obispo constituye el instante más espectacular y fotogénico de todo el recorrido. Y sin duda, el regreso a San Claudio con el canto del Miserere Alistano es absolutamente imprescindible. Se recomienda llegar con antelación a estos puntos clave para conseguir un buen sitio.

Gastronomía recomendada: Tras presenciar la procesión en la madrugada, algunos bares y restaurantes del casco histórico permanecen abiertos ofreciendo chocolate caliente con churros o porras, perfecto para entrar en calor. Durante el día del Miércoles Santo, es buen momento para degustar platos tradicionales zamoranos como el bacalao a la tranca, la chanfaina zamorana o las tradicionales roscas de Semana Santa.

Preguntas recurrentes

¿Por qué se llaman las Capas Pardas?

El nombre popular proviene del hábito que visten los hermanos: la capa parda o capa alistana de color marrón oscuro, prenda tradicional de los pastores de las comarcas de Aliste, Carbajales y Sayago. Es la vestimenta lo que define a esta cofradía.

¿A qué hora sale la procesión de las Capas Pardas?

La procesión sale a medianoche (00:00 horas) del Miércoles Santo desde la iglesia de San Claudio de Olivares, y finaliza en torno a las 02:15 horas de la madrugada.

¿Quién fundó la Hermandad de Penitencia?

Fue fundada en 1956 por Don Dionisio Alba Marcos, empresario joyero zamorano que también fue cofundador de otras hermandades como la del Yacente y la Borriquita. Su inspiración vino de las procesiones rurales que presenció en Bercianos de Aliste.

¿De qué año es el Cristo del Amparo?

La imagen data de 1787, según consta en los libros de cuentas parroquiales, y se atribuye al escultor José Cifuentes Esteban. Se encuentra habitualmente en la iglesia de San Claudio de Olivares.

¿Cuántos hermanos tiene la Hermandad de Penitencia?

La hermandad cuenta con aproximadamente 150 hermanos, número que se mantiene relativamente estable por el deseo de preservar el carácter íntimo de la procesión.

¿Qué es el Miserere Alistano?

Es un canto penitencial basado en el Salmo 50 que se interpreta al final de la procesión en la Plaza de San Claudio. Inspirado en los cantos populares de la comarca de Aliste, lo entona un coro de voces masculinas mientras el Cristo entra en el templo. Es uno de los momentos más emotivos de toda la Semana Santa zamorana.

¿Dónde está la iglesia de San Claudio?

La iglesia de San Claudio de Olivares se encuentra en la Plaza de San Claudio, 19, en el arrabal de Olivares, al otro lado del Puente de Piedra. Es un templo románico del siglo XII considerado el más antiguo de Zamora.

¿Cuál es el momento más destacado del recorrido?

El paso bajo la Puerta del Obispo es el momento más espectacular y arriesgado por la estrechez del arco medieval. Sin embargo, el canto del Miserere Alistano al final de la procesión constituye el instante de mayor emotividad.

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